Este comentario lo escribió un preso y lo envió a la Fundación, rogando no divulgar su nombre. Describe como el Programa de Educación para la Paz (PEP) le ha ayudado a ver la vida bajo una nueva perspectiva.
Durante toda mi vida he sentido que yo era distinto, que no era como los demás, que me me faltaba algo.
A los 12 años dejé la escuela pensando que si me ponía a trabajar me sentiría mejor.
Aunque quería mucho a mi familia, a los 18 años me fui de casa, pensando que si vivía por mi cuenta me sentiría mejor.
A los 19 años me di cuenta de que vivir solo ya no me gustaba, así que me casé.
A los 20 años compré una casa, convencido de que me sentiría mejor que pagando un alquiler.
A los 21 fui padre. Sentía que en mi matrimonio faltaba algo y pensé que si tenía un hijo se arreglarían las cosas.
Acabé con un hijo, la casa y muchas facturas que pagar, así que me puse a trabajar de firme. Casi todo el tiempo trabajaba horas extras, e incluso lo hacía los fines de semana.
Viví así durante años. Compré muchos coches, pero no estaba a gusto con ninguno. Si tenía un jeep, pensaba que lo que me hacía falta era un deportivo, pero cuando tenía un deportivo, pensaba que hubiera sido preferible comprar un coche familiar. Nunca estaba satisfecho con lo que tenía, siempre me faltaba algo.
A los 28 años me separé de mi mujer y mi hijo, porque pensaba que por haberme casado tan joven, no había podido hacer muchas cosas que quería hacer. Seguro que si estaba soltero, tendría nuevas experiencias, me sentiría mejor.
Al año de la separación, estaba claro que nada de eso era cierto. Me había acostumbrado a tener pareja, de modo que pensé que tal vez el problema fuese que no había elegido bien a mi esposa, seguro que con otra persona me sentiría bien.
Comencé a salir con otra mujer, y cuando cumplí los 30 años me casé de nuevo. Nueva casa, nueva esposa, pero todo seguía igual, seguía faltándome algo.
Adoraba a mi hijo y quería a mi familia, pero mi vida no me llenaba, no me sentía bien.
A los 39 años, cometí un crimen irreparable y muy grave que me ha traído a la cárcel, donde espero una sentencia que seguramente será muy larga.
Durante mucho tiempo, aquí encerrado, no pensaba más que en lo que había hecho. Le daba vueltas en mi cabeza, día tras día, pensando en lo que me llevó a hacerlo y cuanto tiempo iba a estar en la cárcel.
Para cuando me den la libertad tendré 60 años, habrá pasado mucho tiempo, tiempo que habré perdido. Lo mas probable es que pierda todo mi dinero y a mis seres queridos.
Pensaba constantemente que era normal sentirme tan mal como me sentía, que era imposible sentirse bien estando preso.
Fui a la primera clase del Programa de Educación para la Paz por simple curiosidad, pero volví a la segunda clase y a la tercera y ya no lo dejé, porque el mensaje tenía sentido para mí.
Los temas de los que se hablaba me ayudaban a comprender las distintas situaciones por las que había pasado en mi vida. Comencé a pensar, que si hubiera recibido estas lecciones del PEP cuando era más joven, las cosas quizá hubieran sido diferentes. Pero después pensé que nunca es tarde para cambiar.
Tenía una perspectiva de la vida diferente, porque siempre había creído que mi plenitud llegaría de la mano de las cosas externas, pero eso nunca funcionó, porque es imposible que funcione. Lo que siempre me había faltado era la paz interior.
Y, sin ella, nunca podré apreciar nada; tenga lo que tenga, nunca será suficiente. El PEP me dio las herramientas para ver la vida de otra manera y me ayudó a darme cuenta de que, al margen de que esté encarcelado, de que no tenga esa libertad externa, aún es posible sentirme libre en mis pensamientos y acciones. Y seguiré sintiéndome así mientras siga en contacto con mi paz interior.
Lo que siento no depende de nada externo ni de nadie, solo depende de mí.
Echo de menos a mi hijo, a mi familia y tantas otras cosas, pero no estoy esperando a tenerlas de nuevo para sentirme vivo.
El proceso de aprendizaje por el que estoy pasando, no se ha terminado. Pero trato de concentrarme sobre todo en que la paz es posible y que depende de mí conseguirla.
Cuando no me siento bien, trato de parar y mirar en mi interior, trato de sentir la satisfacción en mi interior, algo que he echado de menos toda mi vida, y respirar.
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