domingo, 9 de agosto de 2015
Pizca es muy generosa y una gran amiga.
Yo no me encontraba en condiciones de viajar, pero ella se comportó con tanto cariño y naturalidad que sin darme cuenta me encontré en París, ciudad que adoro y en la que me resulta imposible no disfrutar.
Acudí con ella al evento vestida como de costumbre en plan hippy con vaqueros y un pelo largo que no había visitado la peluquería en siglos.
La paciencia de Pizca consiguió que a pesar de que no entendía nada de lo que allí estaba sucediendo me sintiera tranquila.
De repente dijeron que las personas que quisieran podían presentar sus respetos a Maharaji, nombre honorífico de Prem Rawat con el se le conocía en aquella época.
También dijeron que era preferible que los aspirantes no lo hicieran.
Yo no era aspirante ni había recibido el conocimiento pero sentí un impulso incontrolable de conocer de cerca al famoso maestro de quien tanto me había hablado Pizca.
Hacía nueve años que llegué a aquel piso en Pérez Galdós y había escuchado satsang por primera vez en mi vida sin enterarme de nada.
Mis circunstancias eran diferentes.
Ahora acudía a él con la humildad del mendigo que pide lo que necesita.
Me colé en aquella fila y cuando vi el rostro de Maharaji sentí algo tan extraordinario que paró mis pensamientos, limpió mi cabeza y me sentí transfigurada.
Recordé que habían recomendado que solo se pasara una vez pero no hice caso.
Sentí la necesidad imperiosa de volver a verle.
Llegué a mi sitio, me hice una coleta para cambiar mi aspecto, me puse un abrigo beige que me quedaba de mis épocas de niña mona y me metí en la cola.
Nadie me dijo nada.
Le volví a ver y ya me tranquilicé.
Al salir, Ágata Careaga que me conocía de Bilbao, me preguntó:
¿Eres premie? _
(premie es una palabra sánscrita que significa amante y es así como denominaban a los discípulos de Maharaji, ya que su nombre Prem, significa amor).
Cuando reaccioné ante la pregunta de Ágata, contesté sin pensarlo:
No, soy aspirante.
No me explico como fui capaz de responder eso porque ni siquiera lo había reflexionado.
Pero acerté de plano porque desde que vi a Maharaji le reconocí como mi maestro y decidí que lo único que deseaba en el mundo era que su conocimiento me fuera revelado.
A partir de ese momento mi vida cambió por completo.
Dejé las drogas, dejé de trabajar en la academia donde daba clases de dibujo y pintura y me dediqué en cuerpo y alma a prepararme para recibir el conocimiento.
Tanto me impresionó Prem Rawat que le hice un retrato al óleo de un metro por un metro.
Lo expuse en Arteder y causó sensación.
Fue una época maravillosa en la que Pizca estuvo más presente que nunca en mi vida ya que mi posición de aspirante deseosa de aprender necesitaba constantemente su apoyo.
En un par de meses recibí el conocimiento.
Ha sido lo más importante que me ha pasado en toda mi vida.
El conocimiento da sentido a mi existencia y practicarlo es mi propósito.
Es el uno por delante.
Esa vez si que había encontrado la piedra filosofal.
“Yonqui” de William Burroughs que era uno de los libros que yo tenía en mi mesilla termina con la frase:
Tal vez encuentre el fije definitivo.
Yo lo había encontrado y finalmente había desterrado de mi vida el desasosiego y la inquietud, es decir, la ignorancia.
Gracias a ese conocimiento tengo la capacidad de ser feliz prescindiendo de las circunstancias.
Es real.
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